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"La Iglesia es 'hombre' y además, 'varón'"
Insisto en anteriores afirmaciones de que la relación establecida en la actualidad, con Concordatos y Pactos complementarios, bendecidos por unos y otros entre España y la “Santa Sede”, no es ciertamente constitucional en no pocos de sus artículos y además, y sobre todo, en el espíritu.
Por lo que respecta al tema Iglesia-mujer es además, para sorpresa y admiración de muchos y muchas, injusta, ofensiva, nada elegante -sino todo lo contrario-, pagana., inactual, sin futuro y ya casi sin pre, por lo que su revisión es de necesidad urgente y con el “ tiempo de caducidad” ya rebasado con creces y sin explicación nada convincente.
La explicación a la situación y trato recibido hoy por la mujer en la Iglesia católica, no está en conformidad con lo establecido por la Constitución española y con la práctica totalidad del resto de los países, hasta rondar los 200. La mujer es, está y se siente marginada. Los derechos y deberes que les corresponden al hombre por el hecho de ser varón, no son iguales a los de las mujeres, solo y aún más, por formar parte y pertenecer al “sexo contrario”...
De vez en cuando, y en casos concretos y de relevancia social, laboral, profesional, político y raramente “religioso”, la mujer que es arrancada por méritos propios y excepcionales del contexto de sus congéneres, se convierte en noticia y en titular de primera página, como si se tratara -y así es- de una información inédita y espectacular.
En el ámbito de lo canónico y de lo litúrgico, a veces apenas si rebasó la línea fronteriza del territorio del patriarcalismo y del “santo” machismo establecido ya en el Paraíso Terrenal, desde su condición de servicio, esclavitud y acolitado, llegando a ser distinguida ahora para algún cargo de los que sobran en las Curias -sobre todo romana- y suscitando la noticia multitud de comentarios mayoritariamente en contra de tales determinaciones “conciliares” y más si son, o fueron, abiertamente “franciscanas”.
La Iglesia es “hombre” y además, “varón”, con todas sus consecuencias divinas y humanas. Por lo que cualquiera que piense , crea o actúe en contra de este “principio”, es ateo, pecador, hereje, y merecedor de anatemas que se ejecuten cuanto antes “en esta vida y también en la otra”. No vale el diálogo ni la reflexión, ni capacidad alguna de discernimiento, ni el ejemplo de Jesús, y de la praxis de la Iglesia-Iglesia en los tiempos primeros de la evangelización. Las palabras de algún que otro Papa, “Padre de le Iglesia”” o teólogo afín a los tiempos no precisamente religiosos sino feudales, en los que imperaban sus enseñanzas, son consideradas como otras tantas “palabras de Dios”, únicas y verdaderas y con carácter dogmático”(¡!),”así en la tierra como en el cielo” y, en este contexto, “por los siglos de los siglos”.
¿Pero qué tiene que ver y decir el Gobierno, por muy democrático que sea y ejerza, en esta clase de temas?. A pregunta tan escueta, simple, cargada de ansiedad ,y como reacción de muchos y muchas, pudieran corresponder las sugerencias siguientes:
Antes que cristiano, católico, apostólico y romano de toda la vida, de cualquier religión, ideología condición sexual y color, pobre o rico, se es, y se debe ejercer, como persona. La ciudadanía está por encima de estas y tantas otras adscripciones, condiciones y condicionamientos de parte de los políticos, aún elegidos y representantes del pueblo, que empeñó en ellos sus votos, sus aspiraciones y sus esperanzas
Un Gobierno democráticamente elegido con sus ministerios -ministros y ministras- con competencias expresas para evitar anomalías tales como las que sufre y padece la mujer, específicamente en la Iglesia y sus aledaños, se descalificaría a sí mismo... Es seguro que si no se tratara de una institución como la eclesiástica, sino de otra cualquiera, u organismo, movimiento, partido político, grupo laboral o profesional, en los que se tuviera tan clara y evidente constancia de la grave marginación a la que en ella está sometida la mujer en la Iglesia, los hubiera descalificado y, por supuesto, negado toda clase de ayudas y reconocimientos públicos y privados.
Ante reflexiones como estas, nacidas además dentro de la propia institución eclesiástica, el Gobierno, como tal y por sus canales de efectividad y posterior comunicación, jamás pudiera justificar su inactividad y silencio en querer así evitar alguno de los muchos líos que lo definen y han de definirlo…
Con humildad, veracidad, claridad y sentido de religión y de Iglesia, vuelvo a recabar desde aquí la acción política. Dado el inerte caso que la institución eclesiástica le presta al problema de tal magnitud como el de la marginación de la mujer en la Iglesia, esperar más, equivale a esperar en vano, pese a que el mismo sentir del papa, de parte del laicado y de clero, con excepciones abiertamente episcopales y en contra del signo de los tiempos y los evangelios demandan soluciones prestas favorables al colectivo femenino.
Reconforta descubrir, aun cuando sorprenda, que nada menos que las Constituciones de países religiosamente asépticos, cuenten con artículos con mayor contenido evangélico que el mismo Código de Derecho Canónico hoy en plena y exigente vigencia; en el que resultan patentes la marginación, la exclusión y el desprecio de la mujer por mujer…
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