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Joan Serramià empieza a modelar un grupo escultórico que se pretende tener listo en 2026
El escultor Joan Serramià (1963) no puede evitar fijar los ojos para abajo en una de las esquinas de la iglesia prioral de Sant Pere Apòstol de Reus cada vez que pasa andando, mientras la mayoría de los transeúntes elevan su cabeza inconscientemente para mirar un campanario de 62 metros de altura convertido desde hace décadas en un icono para la ciudad. Con raíces en Riudoms, el artista observa un terreno gobernado por adoquines en los que se escuela la hierba y probablemente, a partir de junio de 2026, su próxima escultura, un Antoni Gaudí de bronce, con un peso de 400 kilos y una altura de cerca de dos metros.
“El reto es mayúsculo”, señala, “pero la idea de ver uno de los personajes internacionales más relevantes de todos los tiempos aquí, mientras hace lo que mejor sabía hacer, dando forma a sus creaciones, es más que ilusionante”. Pero la obra, que Serramià ha empezado a configurar este verano “desde la soledad y la tensión en que se encuentra alguien que se dedique al arte entendido como un ejercicio de constante lucha contra la mediocridad y los límites humanos”, certifica, no es el único elemento simbólico que se quiere añadir a este grupo escultórico.
El proyecto, edificado por la entidad Amigos de Gaudí de Reus e impulsado económicamente a través de pequeñas o grandes donaciones privadas, tiene el deseo de levantarse encima de una estructura hecha por otro material, la piedra. “Pero no cualquier piedra”, agrega Serramià, refiriéndose a uno de los encargos profesionales más estimulantes de su trayectoria, “sino una que sea extraída del terreno montañoso donde se ha alimentado físicamente uno de los templos más reconocidos de Gaudí, la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona”.
Mientras se espera que la sugerencia se materialice pronto y se dirija “a quién podría pulsar el botón necesario para hacerlo realidad”, apunta, la mente y las manos de Joan Serramià trabajan al unísono en una representación en que el venerable arquitecto, “acicalado, pero con algún parche de ropa en su indumentaria”, esté modelando la fachada que quiso proponer para el Santuario de la Virgen de Misericordia de Reus, y que finalmente no fue realidad. “El templo era la muñequita de sus ojos“, reconoce.
Así es cómo cinceles, punzones y limas hacen un Antoni Gaudí de barro basado en decenas de fotografías recopiladas estos últimos meses por su creador, que trabaja a un ritmo de tres horas diarias y repasa cada detalle facial del arquitecto de Dios antes de presentar públicamente su escultura. Una obra que contará con elementos faciales que distinguen la genética gaudiniana, “tal como distinguían a mis tías de Riudoms, denominadas Gaudí de apellido y descendentes del arquitecto”, señala, y, entre herramientas de trabajo, con alguna avellana medio pelada, “el fruto seco que lo alimentaba mientras se convertía en historia”.
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