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En la oración por la paz con las religiosas en Tierra Santa
(Vatican News).- Son historias de «mujeres fuertes y valientes», como las de Regina Protmann, María Gertrudis de la Preciosa Sangre, Marie-Anne de Tilly y Santa Teresa de Ávila. Son mujeres «que no dudaron en correr riesgos y afrontar problemas para abrazar» los «proyectos» de Dios «y responder ‘sí’ a su llamada» y que «abrieron el camino a muchas otras», llegando «a veces hasta el martirio» por seguir a Cristo.
León XVI lo subrayó a las familias religiosas fundadas por ellas – las hermanas de Santa Catalina Virgen y Mártir, las misioneras salesianas de María Inmaculada, las hermanas de San Pablo de Chartres y las monjas carmelitas descalzas de Tierra Santa – a quienes recibió en audiencia durante la mañana de este 22 de septiembre, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, con motivo de capítulos y asambleas que están celebrando durante estos días.
En su discurso, el Papa se detuvo en sus fundadoras, y luego su pensamiento se dirigió a la actualidad internacional y al compromiso de las carmelitas descalzas de Tierra Santa, al lado de las personas en situaciones difíciles.
"Es importante lo que están haciendo, con su presencia vigilante y silenciosa en lugares lamentablemente desgarrados por el odio y la violencia, con su testimonio de abandono confiado en Dios, con su constante invocación por la paz. Todos las acompañamos con nuestra oración y, también a través de ustedes, nos hacemos cercanos a quienes sufren"
El Pontífice recordó asimismo que Regina Protmann, María Gertrudis de la Preciosa Sangre, Marie-Anne de Tilly y santa Teresa de Ávila fueron mujeres «íntimamente unidas a Dios», dedicadas «al bien de toda la Iglesia, comprometidas con arraigar y consolidar» en los demás, en todo el mundo, el «reino de Cristo», «sentido ante todo vivo en ellas», «mujeres generosas» de las que hoy se tiene necesidad.
Hablamos de mujeres extraordinarias que partieron en misión en tiempos difíciles; que se inclinaron ante la miseria moral y material en los entornos más abandonados de la sociedad; que, para estar cerca de los necesitados, aceptaron arriesgar sus vidas, hasta perderlas, víctimas de brutales violencias en tiempos de guerra.
El Papa recordó «un antiguo himno de la Liturgia de las Horas» para explicar su «secreto», que consiste en haber «domado la carne con el ayuno», «alimentado la mente con el dulce alimento de la oración» y «saciado la sed con las alegrías del cielo». Se trata de comportamientos que nos remiten a las «raíces» de la vida consagrada, «tanto en la contemplación como en el compromiso apostólico».
En las dos formas, «la fuerza de la fidelidad» es «Cristo», y «la ascética, la oración, los sacramentos, la intimidad con Dios» y «con su Palabra» no son más que «medios para alcanzar su riqueza».
Y si en el «mundo inmanente» actual lo que exige la vida consagrada puede parecer «espiritualismo», es el testimonio ofrecido por las congregaciones religiosas el que demuestra que todo es posible «solo gracias a la fuerza que viene de Dios».
Lo experimentamos cada día: nuestro trabajo está en manos del Señor, y nosotros sólo somos pequeños e inadecuados instrumentos, «siervos inútiles», como dice el Evangelio.
"Sin embargo, si confiamos en Él, si permanecemos unidos a Él, suceden grandes cosas, precisamente a través de nuestra pobreza"
San Agustín, a este respecto, recomendaba a las vírgenes: «Suban a las alturas con el pie de la humildad. Él [Dios] eleva a quienes le siguen con humildad [...]. Confíenle los dones que les ha concedido, para que los conserve; depositen en Él su fuerza.
Insistiendo, por último, en los rasgos de la vida religiosa, el Papa León citó la Exhortación apostólica Vita consecrata de san Juan Pablo II, que «en el contexto de la Transfiguración de Cristo hablaba de «subir al monte» y «descender del monte», según la experiencia de los apóstoles en el Monte Tabor, «envueltos por un momento en el esplendor de la vida trinitaria y de la comunión de los santos, casi arrebatados en el horizonte de lo eterno», pero luego «devueltos a la realidad cotidiana» e «invitados a volver al valle», para vivir con Jesús «la fatiga del designio de Dios y emprender con valentía el camino de la cruz».
Es lo que hoy hacen muchas religiosas, a las que el Pontífice agradeció «el bien que realizan en tantos países y en tantos contextos diferentes», asegurándoles a todas su oración.
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