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"Si no te duele nada al mirar el mundo, es que estás muerto"
(Salesianos).- Si por la mañana, al despertarte, no te duele nada, no sientes ninguna molestia, no te da ningún calambre ni tienes ningún estirón muscular; si no te cuesta respirar ni ponerte de pie; si no se te pegan los ojos ni tienes ninguna sensación desagradable, empieza a preocuparte, porque quizás estés muerto y no despierto… y a la espera del encuentro con San Pedro.
Bromas aparte, así como es normal que nos duela algo, especialmente cuando vamos avanzando en edad, también debería ser normal que, al despertarnos y tomar conciencia de que vivimos en el mundo en que vivimos, nos duela el corazón. Hace años se hizo popular una canción que decía: “Me duele el corazón de quererte tanto…”. Y así debe ser en relación con nuestro mundo, que es la casa común, y a nuestra humanidad, que es nuestra familia.
Porque, querido amigo, si no te duele el corazón por la parte de Ucrania, del Yemen, de Siria o de Sudán, es que estás muerto. Si eres cristiano y no te duele ni te escandaliza la división en que vivimos los que nos consideramos seguidores de Cristo (anglicanos, protestantes, católicos, ortodoxos…), es que estás muerto.
"Si las cifras de muertos a causa del hambre o de niños en dificultad por la malnutrición son para ti simplemente una estadística fría, es seguro que estás muerto"
Si no te escuecen los ojos viendo personas que mendigan, viven y duermen en nuestras calles y plazas, estás muerto. Si no te hierve la sangre y te sube la presión ante las injusticias y desigualdades económicas que dividen el mundo y las sociedades en muy ricos, ricos, pobres y miserables, estás muerto. Si quedas indiferente ante los abusos de todo tipo que sufren los niños, sea en su propia familia, sea en los centros educativos, deportivos o religiosos, es que estás muerto. Si las cifras de muertos a causa del hambre o de niños en dificultad por la malnutrición son para ti simplemente una estadística fría, es seguro que estás muerto.
Sí, estar vivo no es solo una cuestión biológica. Hay muchos cadáveres ambulantes, muertos aún en circulación… pero sin vida verdadera, sin sangre por las venas, sin alma en el cuerpo. La vida humana auténtica implica amar, y amar exige solidarizarse con el otro, sufriendo con el que sufre y gozando con quien goza.
Ojalá cada mañana, al despertarnos y descubrir nuevamente el mundo que nos rodea; ojalá cada vez que nos encontramos con un “otro”, siempre reflejo del “Otro”, podamos decir (o cantar): “Me duele el corazón de quererte tanto…”
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