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"Jesús no levanta la voz, no señala con el dedo, no pronuncia el nombre de Judas"
"En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo". El pasaje evangélico del anuncio de la traición sirvió de base para la reflexión del Papa León XIV en la audiencia de los miércoles, que el 'ferragosto' romano obligó a trasladar al Aula Pablo VI. Desde allí, Prevost evocó esta escena "íntima, dramática, pero también profundamente verdadera: el momento en el que durante la cena pascual Jesús revela que uno de los Doce está a punto de traicionarlo".
"Son palabras contundentes", admitió el Papa, quien sin embargo matizó que "Jesús no las pronuncia para condenar, sino para mostrar que el amor, cuando es verdadero, no puede prescindir de la verdad". Lo que sí produce es "un dolor silencioso, hecho de preguntas, de sospechas, de vulnerabilidad" entre los discípulos presentes en el Cenáculo. "Es un dolor que conocemos bien también nosotros, cuando en las relaciones más queridas se insinúa la sombra de la traición".
Con todo, recordó Prevost, "Jesús no levanta la voz, no señala con el dedo, no pronuncia el nombre de Judas", sino que "habla de tal modo que cada uno pueda cuestionarse a sí mismo". Y de ahí la pregunta de todos: "¿Seré yo?". Una pregunta que, en opinión del pontífice, "es quizá una de las preguntas más sinceras que podemos hacernos a nosotros mismos".
"No es la pregunta del inocente, sino la del discípulo que descubre su fragilidad. No es el grito del culpable, sino el susurro de quien, aunque queriendo amar, sabe que puede herir. Es en esta consciencia donde inicia el camino de la salvación", trazó el Papa, quien recalcó que "Jesús no denuncia para humillar. Dice la verdad porque quiere salvar. Y para ser salvados hay que sentir: sentir que se está involucrado, sentir que se es amado a pesar de todo, sentir que el mal es real pero no tiene la última palabra. Solo quien ha conocido la verdad de un amor profundo puede aceptar también la herida de una traición".
¿Cómo reaccionan los discípulos? No con rabia, sino con tristeza. "No se indignan, se entristecen. Es un dolor que nace de la posibilidad real de ser involucrados". "Y precisamente esta tristeza, si se acoge con sinceridad, se convierte en un lugar de conversión", explicó el Papa, quien subdrayuó que "el Evangelio no nos enseña a negar el mal, sino a reconocerlo como una ocasión dolorosa para renacer".
"Nosotros estamos acostumbrados a juzgar. Dios, en cambio, acepta sufrir. Cuando ve el mal, no se venga, sino que se entristece", añadió Prevost haciendo referencia al grito de "más le valdría a ese hombre no haber nacido" de Jesús, que "no es una condena impuesta a priori, sino una verdad que cada uno de nosotros puede reconocer: si renegamos del amor que nos ha engendrado, si traicionando nos volvemos infieles a nosotros mismos, entonces realmente perdemos el sentido de nuestra venida al mundo y nos autoexcluimos de la salvación".
"Jesús no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a partir el pan, incluso para quien lo traicionará"
"Sin embargo, precisamente allí, en el punto más oscuro, la luz no se apaga. Es más, comienza a brillar", proclamó el Papa, quien explicó: "La fe no nos evita la posibilidad del pecado, sino que nos ofrece siempre una vía para salir: la de la misericordia".
Porque "Jesús no se escandaliza frente a nuestra fragilidad. Sabe bien que ninguna amistad es inmune al riesgo de traición. Pero sigue fiándose. Sigue sentándose en la mesa con los suyos. No renuncia a partir el pan, incluso para quien lo traicionará". "Esta es la fuerza silenciosa de Dios: no abandona nunca la mesa del amor, ni siquiera cuando sabe que lo dejarán solo", finalizó León XIV, quien invitó a preguntarnos "con sinceridad: “¿Seré yo?”".
"No para sentirnos acusados, sino para abrir un espacio a la verdad en nuestro corazón. La salvación comienza aquí: en la conciencia de que podremos ser nosotros los que rompamos la confianza en Dios, pero que podemos ser también nosotros los que la recojamos, la custodiemos y la renovemos", concluyó. "En el fondo, esta es la esperanza: saber que, aunque podamos fallar, Dios nunca nos falla. Aunque podamos traicionar, Él nunca deja de amarnos. Y si nos dejamos alcanzar por este amor – humilde, herido, pero siempre fiel – entonces podemos de verdad renacer. Y empezar a vivir ya no como traidores, sino como hijos siempre amados".
Tras la reflexión, los saludos en distintos idiomas. En polaco, Prevost recordó la víspera de la memoria de San Maximiliano María Kolbe, animando a todos a "tomar ejemplo de su heroica actitud de sacrificio por los demás". "Por su intercesión, suplicad a Dios que conceda la paz a todos los pueblos que viven la tragedia de la guerra".
Tras esto, y después de un largo saludo a los matrimonios presentes, Prevost se dirigió a la basílica de San Pedro, donde otros 15.000 fieles le esperaban para una bendición, antes de dirigirse, de nuevo, a Castel Gandolfo.
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