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Jesús convierte el grito de abandono en un acto de amor que transfigura toda soledad humana
En la Cruz, Jesús carga con el pecado del mundo, porque el pecado del mundo es la exclusión y dejar abandonados a los débiles al borde de los caminos de la vida. Por eso, allí Jesús fagocita el pecado y abraza la condición de los excluidos. Su grito «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27,46) no es solo una expresión de dolor, sino una encarnación del grito silencioso de quienes son ignorados, despreciados o tratados como invisibles. Al sentirse abandonado, Cristo se identifica con ellos.
Son los pobres de todo tipo, víctimas de racismo, violencia, abuso, etc. Especialmente aquellos que son producidos por un sistema que genera una desigualdad que mata. El actual sistema económico no es sólo "injusto en su raíz". También "mata" porque predomina la ley del más fuerte. Así lo ha denunciado el Papa Francisco en su primera exhortación apostólica 'Evangelii Gaudium'. El mismo sistema cuya consecuencia directa, no "colateral", es el movimiento de migrantes forzados más grande en la historia de la humanidad y que seguirá aumentando y llegando a una violencia incalculable, si no hay cambios o se sigue por la actual vía de los populismos xenófobos que no son una solución sino echar más leña al fuego.
Su Cruz no es un símbolo de derrota, sino de alianza con los que el mundo crucifica hoy. Como dice el Papa Francisco: «Cada persona descartada es un grito que sube a Dios» (Fratelli Tutti).
El Viernes Santo no es un ritual de tristeza pasiva, sino una interpelación despertarnos y salir al encuentro de los crucificados de hoy. La Cruz nos cuestiona cómo vivimos nuestra fe si no defendemos la dignidad de los últimos.
¿Dónde están nuestros pensamientos, conductas y nuestra voz ante las estructuras que generan hambre, guerras o desigualdad? Jesús, al morir fuera de las murallas de Jerusalén (Hebreos 13,12), revela que Dios está en los márgenes, no en los centros de poder. Por eso, el cristiano no puede ser neutral: la fe exige tomar partido por la justicia, denunciar la indiferencia y trabajar por un mundo y una iglesia donde nadie sea tratado como "desechable".
La Cruz desenmascara las falsas justicias humanas sostenida por la violencia de un falso orden establecido para el goce de unos pocos. Son los sistemas que condenan a inocentes como Jesús. Son las religiones que excluyen "en nombre de Dios", como los líderes que lo entregaron (clericalismo) para "perpetuarse como especie".
Pero en Cristo, Dios revela una justicia que se inclina hacia los débiles. La Cruz es la respuesta divina al sufrimiento humano: no una explicación, sino una presencia solidaria. Por eso, trabajar por la justicia social no es opcional: es continuar la obra redentora de Jesús, que vino a «anunciar la buena nueva a los pobres y libertad a los oprimidos» (Lucas 4:18).
En el Viernes santo, los excluidos son los bienaventurados Jesús inicia su ministerio proclamando «Bienaventurados los pobres, los que lloran, los perseguidos...» (Mateo 5:3-12). Esta paradoja ilumina el misterio de la Cruz:
Los "bienaventurados" no son felices por su dolor, sino porque Dios está de su lado. El Dios revelado por Jesucristo es el que toma partido por ellos. Su "beatitud" o “felicidad” es una promesa: el Reino les pertenece a ellos, no a los que acumulan poder o riqueza a costa de generar víctimas de todo tipo. Hoy, los bienaventurados son un manifiesto revolucionario: anuncian que Dios juzga la historia desde abajo, desde los crucificados.
El Viernes Santo nos invita a bajar de la comodidad religiosa y tocar las llagas del mundo. Una mística con los ojos abiertos y los pies en la tierra que se transforme en ética de la compasión activa. La fe en Cristo crucificado exige Ver su rostro en los excluidos (Mt 25,40) y desafiar la cultura del descarte con acciones concretas: discernir cuáles son nuestras complicidades con el pecado del mundo y compartir desde la austeridad los bienes de este mundo, acompañando, sirviendo y denunciando.
El Viernes Santo es creer que la Resurrección ya germina donde alguien defiende la vida, perdona en medio del odio, o comparte el pan con el hambriento. El Reino de Dios ha comenzado desde Jesús, asociado en la Cruz, a los pobres lázaros descartados del mundo. Pero también está unido a los samaritanos que viven una compasión que este mundo individualista y competitivo a muerte, no conoce.
poliedroyperiferia@gmail.com
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