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"Los cardenales, acostumbrados a vivir solos, necesitan que el cónclave termine pronto"
El tiempo del cónclave es como que da permiso a los periodistas a imaginar, conjeturar y hasta citar sin ningún pudor a “fuentes vaticanas”, más parecidas a las que adornan la Plaza de San Pedro que a voces que se filtren de la secretísima y milenaria maquinaria vaticana a la hora de elegir un nuevo Papa.
Pero a la hora de imaginar y sacar conclusiones -y además exponerlas con aires de superior calidad e inteligencia- mucho se dice, como por ejemplo que hay entre dos y tres favoritos: obvio.
Que los conservadores manipulan voluntades a los menos sólidos: obvio.
Que el esfuerzo de los más progresistas choca con sus propias ansiedades y el deseo de no desaprovechar una oportunidad como esta: obvio.
Que el papado de Francisco juega un papel vital tanto a favor como en contra: obvio.
Y teorías casi alcohólicas de cuánto tiempo y fumatas consumirá el proceso, y de una y miles cosas más.
Si a eso le sumamos que la inmensa mayoría de periodistas no manejan la más básica información específica de los modos, historia y lenguaje de la Iglesia sino que en tiempos normales suele preferirse criticarla también con poco o ningún fundamento sólo porque es criticable, ni hablemos del final.
Frente a esto, que lamentaría que fuera tomado como una crítica a esta profesión que tanto amo y por la que me ha tocado pagar injustamente, me gustaría aportar otra suposición, otra teoría de por qué el cónclave es cada vez más breve y ficticiamente solemne.
Los 133 cardenales encerrados son en general personas ya con su edad y años de ejercicio del ministerio, con criterios propios y muchas veces personalistas al extremo, acostumbrados a hacer y decir lo que consideren sin preguntar ni consultar. Y sobre todo a vivir solos…
Cómo estarán allí viviendo obligatoriamente el compartir, vestirse de largo, obligados a una cortesía que, con seguridad saca de quicio a más de uno, necesitan que termine pronto.
Tómese esto solo como un atrevimiento de quien está en la misma pompa de jabón de tener que esperar y se da el lujo de delirar un poco.
Por supuesto no me olvido del Espíritu Santo. Si no fuera por Él, esto ya nació fracaso…y sin embargo tiene dos mil años de historia.
Atrevámonos, en este tiempo que proclamamos absurdos con cara de serios, a aprender a reírnos y desdramatizar aquello que atenta hasta lo más hondo del periodismo: el tiempo.
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