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El 8 de julio se casa la 'influencer' Tamara Falcó, hija de Isabel Preysler
No es de extrañar que a muchos -muchísimos- les parezca raro que, con “la que está cayendo dentro y fuera de España”, inicie este comentario con una síntesis de elemental gramática castellana. Me explico: la preposición “en” hace referencia real a “cómo se realiza la acción del verbo, al lugar, al tiempo y a la forma”. “El modo de realizar algo, su causa o motivo” expresa con certeza académica el sentido y el contenido de la preposición “por”.
Respecto a los matrimonios y bodas, sacramentalizadas o no, desde sus perspectivas sociológico-religiosas correspondientes, urge destacar que una cosa distinta, a veces diametralmente opuesta, es, significa y comporta casarse “por” la Iglesia, con conciencia de ello, y otra, hacerlo “en” la Iglesia, como marco para lucimiento de vestidos y trajes, y al dictado de ancestrales costumbres, aunque todas ellas hayan sido y sean veneradas y venerables.
Los medios de comunicación, de toda condición y color, -todavía “palabra de Dios” para buena parte del pueblo-, sin ahorrarse datos y detalles de ninguna clase y condición, tuvieron y tienen al corriente a la opinión pública de estar ya en vísperas de vivir una boda de las de tronío, cuya noticia equipara o sobrepasa a las dedicadas a los acontecimientos de superior importancia, riesgos y sobresaltos como los de las guerras entre Rusia y Ucrania, y otros de calado idéntico.
Su protagonista se llama TAMARA, nombre procedente del hebreo, que significa “flor y fruto de la palmera" -dátil-, dulce y “protector” a la vez.
Aunque algunos, con inclusión de directores espirituales y posibilidades de electores para calificar de “santos” determinados “testimonios de vida cristiana”, pensaran antes en la citada Tamara para patronear nada menos que la “Santa Infancia Misionera”, me siento obligado a que estos mismos le sugieran ahora que no se case “por lo canónico”. Casarse “por”, que no “en” la Iglesia, es algo cristianamente muy serio. Serían -están siendo ya- muchos los escandalizados al comprobar esta decisión de desacralización de un acto tan religioso como de por sí es el matrimonio entre bautizados.
Una boda cristiana y en cristiano, por poner un ejemplo, jamás podría justificar y exigir efectuar unos cuantos viajes a países de otros continentes para, “in situ”, probarse el vestido con el que sacramentalizar el acto sobrecalificado de “religioso”. Por supuesto que, en cálculos y programas católicos de verdad, difícilmente hallarán acomodo ético-moral tantas despedidas de solteros con sus correspondientes y desbordadas fiestas y festejos. (La referencia y recuerdo a las bodas de Caná, en la que milagrosamente Jesús aceleró su misión redentora, con su madre, parientes y amigos, resultaría irreverente y antievangélico).
A pregunta tan importante -esencial-, los expertos en Derecho Canónico responden con el aval familiar de la madre de Tamara, que la corrección radical de la equivocación, por sacramental que haya sido y sea, está y estará siempre en manos de los miembros de la Rota y los “Sagrados Tribunales Eclesiásticos" de Roma, o de donde sean , con las rituales fórmulas y formas de las “nulidades” o “anulaciones”, por la Iglesia, con nuevas posibilidades religiosas de volver a casarse más veces.
Por respeto a la Liturgia, al Código de Derecho Canónico, a Nuestra Santa Madre la Iglesia, al pueblo y a los pobres-pobres exiliados de estos privilegios, es explicable el consejo-precepto de no pocos cristianos que les supliquen a Tamara y a su pareja que no se casen “por lo canónico”, sino que lo hagan “por lo civil”.
De todas maneras, amigo Íñigo, con la venia del capellán, no te olvides de obsequiar a las monjas del monasterio santa Clara con dos docenas de huevos, ecológicos, “para que no llueva”, porque si llueve, “¡nuestro gozo en un pozo!”.
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