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Esta estación del Vía Crucis no aparece en la Biblia
Esta estación del Vía Crucis no aparece en la Biblia. María apenas aparece en los Evangelios y en otros textos del Nuevo Testamento.
En el Evangelio de Mateo, José es el único protagonista, María no habla y tampoco es interpelada. En el de Lucas, en cambio, María ocupa un lugar central. Con su «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1 :38) al mensaje del arcángel Gabriel, hace posible la encarnación del Verbo, el «maravilloso trueque» del que hablan los Padres de la Iglesia: Dios se hace hombre para que seamos «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1:4). O como decía nuestro san Juan de la Cruz: «Lo que pretende Dios es hacernos dioses por participación, siéndolo él por naturaleza, como el fuego convierte todas las cosas en fuego».
En su Magnificat, María alaba al Dios de la tradición mesiánica de Israel: «Él hace proezas con su brazo: | dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos | y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes | y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1:51-53). Al final de la historia de la infancia, Lucas dice: «María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2:19).
En la sinagoga de Nazaret, su hijo Jesús confirmó más tarde esta imagen de Dios cuando leyó de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos...» (Lc 4:18; Is 61:1); y, a continuación, dijo con firmeza a los vecinos asombrados que lo conocían desde niño: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4:21). Pero a pesar de esta imagen mesiánica de Dios compartida por María y Jesús, la gente de su pueblo no se asombra de que sea el «hijo de María», sino que pregunta: «¿No es éste el hijo de José?» (Lc 4:22). En Marcos, Jesús parece distanciarse de su parentesco consanguíneo: «El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre» (Mc 3:35).
Cuando María le dice a Jesús en las bodas de Caná que se ha acabado el vino, él se dirige a ella como «mujer» y no como «madre», según relata Juan: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo?» (Jn 2:4). Solo Juan la menciona más tarde como testigo de la crucifixión: «Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena» (Jn 19:25). Pero incluso en la cruz Jesús se dirige a ella como «mujer», cuando le dice a ella y a Juan: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (19:26).
Aunque los testimonios bíblicos son escasos, María desempeña para la tradición cristiana un papel importante en la historia de la pasión. Como Madre dolorosa y como Piedad (Virgen de la compasión) está muy presente en el arte y la devoción popular... y en el Vía Crucis se habla con intención piadosa del encuentro de Jesús con su madre. Si tal encuentro tuvo lugar, probablemente solo hablaron los ojos: ¡qué mirada de amor tierno, de impotencia, de dolor maternal ante los tormentos que debe soportar el hijo...! ¡Y qué mirada compasiva del hijo ante la profunda conmoción de su madre! María también habrá guardado esto en su corazón y habrá luchado con su Dios, a quien tanto había alabado: Oh, Dios mío, ¿contenía esto también mi «hágase en mí según tu palabra»? ¿Por qué tiene que sufrir tanto mi hijo por la salvación de Israel y de la humanidad?
También nosotros debemos hacernos estas preguntas. Grandes hombres y mujeres cristianos de todas las confesiones, como Martín Lutero y Teresa de Ávila, siempre han enfatizado el «pro me» (por mí, por cada uno de nosotros) del destino de Jesús. Ellos y todas las Iglesias nos invitan a seguir aceptándolo con fe, incluso si las respuestas del catecismo sobre el drama de la salvación cristiana no son inmediatamente comprensibles para muchos hoy en día. Conservemos con san Juan de la Cruz lo esencial: Dios se hizo hombre en el hijo de María para que nosotros recibiéramos parte de la naturaleza divina «como el fuego convierte todas las cosas en fuego».
*Mariano Delgado es catedrático de Historia de la Iglesia y Director del Instituto para el estudio de las religiones y el diálogo interreligioso de la Universidad de Friburgo así como Decano de la Clase VII (Religiones) en la Academia Europea de las Ciencias y las Artes de Salzburgo.
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