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El Papa que hereda la sinodalidad y sueña una Iglesia de puertas abiertas
Setenta años no se celebran todos los días, y menos en la silla de Pedro. El Papa León XIV apaga hoy las velas con la responsabilidad de quien lleva a sus espaldas el timón de una Iglesia en plena travesía y de un papado que, con él al frente, cambia de generación. Juventud, tiempo y una herencia cargada de esperanza: sopla fuerte, Santo Padre, porque el mundo y la Iglesia necesitan hoy más que nunca el coraje sereno de un equilibrista en la cuerda floja de la Iglesia y de la fe.
Hoy la Iglesia universal sopla bien fuerte las velas y alza una plegaria de gratitud y esperanza por los 70 años del Papa León XIV. ¡Felicidades, Santidad! Que la celebración que comenzó en los barrios humildes del Perú, entre fiesta de comunidad y pastel casero, continúe en el corazón de Roma y en el corazón del santo pueblo de Dios.
Su cumpleaños —el primero como pontífice— le encuentra joven para el cargo y, sobre todo, cargado de futuro y de tarea. El mejor regalo que podemos desearle es la ayuda del Espíritu y mucha suerte, porque va a necesitarla, como precisa el equilibrista la barra y la mirada atenta del público que le anima a no caer.
No es fácil ser Papa hoy (nunca lo fue), y mucho menos suceder a un gigante del Evangelio como Francisco. Su ventaja es que Bergoglio le dejó hecho el giro de timón eclesial. A usted le toca, León, mantener ese rumbo sin temblar, concretar ese sueño en una Iglesia extrovertida o “en salida”, en casa de puertas abiertas para los pobres —los auténticos vicarios de Cristo— y para todos los heridos del camino de la vida.
Tiene a su favor la bendición del tiempo, de su energía intacta, de su carácter apacible, de su serenidad innata y de la herencia recibida del aggiornamento eclesial: el terreno está ya abonado, sólo queda arar con constancia para que los frutos lleguen, en forma de credibilidad recuperada y de comunidades vivas y corazones reconciliados con la Iglesia.
La cuerda floja por donde camina no es para pusilánimes: entre derecha e izquierda, entre tradición y Evangelio, entre doctrina y misericordia, la vara del equilibrista se llama “complexio oppositorum” en una institución, como la Iglesia, capaz de hacer convivir y hasta casar elementos contrapuestos. Una institución en la que la tesis y la antítesis siempre termina en síntesis. Es decir, nada de blanco y negro, sino blanco y negro. Y casar los opuestos nadie ha dicho que sea fácil y usted ha comenzado a experimentarlo en carne propia.
Suerte para que sepa unir sin romper, mantener el timón sin ceder ni cambiar el rumbo, escuchar sin perder el norte, y para que siga adelante con la primavera sinodal sin que se quiebre la comunión.
Sabe —y lo demuestra— que su mejor baza es el talante cercano, el estilo sencillo y el empeño por no dejarse atrapar ni por la nostalgia, ni por el miedo, ni por la rutina de la Curia.
Cuente con nuestra ayuda —y la de tanta gente de buena voluntad— que quiere y sueña con un mundo de paz desarmada y desarmante. Le ofrecemos, Santo Padre, el caudal inmenso de oraciones y el cariño de los que están cerca, de quienes trabajan codo a codo en esta Iglesia en salida.
Son muchos —laicos, sacerdotes, obispos, religiosas— los que quieren que siga la primavera eclesial, la audacia renovadora y la apuesta por una Iglesia abierta, misericordiosa y samaritana. Piden a Dios que le anime, le fortalezca y le ilumine en este camino de equilibrio y valentía, sabiendo que el fruto de este esfuerzo serán comunidades cada vez más vivas y fraternas.
También llegan hasta usted el respeto y la esperanza silenciosa de muchos alejados o no creyentes, que ven en su figura al profeta de la paz y la humanidad, en un mundo herido por la guerra y la violencia. Usted encarna para ellos la esperanza del entendimiento, el sueño de una paz desarmada y desarmante, y de una Iglesia capaz de tender puentes y abrazar la diferencia. Que no le falten nunca la cercanía fiel de los suyos, ni el reconocimiento agradecido de los que ven en su figura un faro en medio de la incertidumbre y la noche.
¡Feliz cumpleaños, Santo Padre, y que la vida le regale muchos años de servicio y esperanza!
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