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Dos símbolos del amor o la compasión que actúan ante las circunstancias de la vida
¡No hay Vía Crucis sin el nombre de Simón de Cirene! Mateo, Marcos y Lucas mencionan que fue obligado por los soldados romanos a llevar la cruz de Jesús. Para Lucas, era un simple labrador que venía de trabajar en el campo y andaba casualmente por allí, no uno de esos que siempre se agolpaban curiosos a ver lo que pasaba camino del Gólgota, el lugar de las crucifixiones en Jerusalén. Marcos (15:21) lo llama "el padre de Alejandro y de Rufo", que seguramente eran miembros de la primera comunidad cristiana en Jerusalén tras la muerte de Jesús, como el propio Simón.
Los Evangelios no dicen nada más, ni siquiera hasta dónde llevó Simón la cruz, pero probablemente hasta el Gólgota. Pues Simón tenía un cuerpo entrenado por el trabajo diario en el campo y, sin duda, se compadeció al ver a Jesús, manso y humilde de corazón, pero ahora torturado y desfigurado "como un hombre de dolores […] y no abría la boca: como cordero llevado al matadero" (Isaías 53: 3 y 7).
Más tarde, no faltaron maestros gnósticos que creían que Simón había sido crucificado en lugar de Jesús porque ambos habían intercambiado los papeles. Esta falsa doctrina se llama "docetismo" (del griego: "parecer") y ha dejado importantes huellas en la historia. Pues encontró eco en el Corán (sura/azora 4:157), según el cual "en realidad" Jesús "no murió en la cruz", sino que fue una persona similar a la que "confundieron con Jesús y crucificaron en su lugar".
El Jesús del Corán es el fruto bendito del vientre de María y el mayor profeta antes de Mohamed, pero no fue concebido "por obra y gracia del Espiritu Santo", no fue "crucificado", no "resucitó al tercer día", no es "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero", y no es el "Salvador del mundo". Estas divergencias fundamentales entre el cristianismo y el islam en la percepcion de Jesús recobran su importancia en la sociedad multirreligiosa actual.
Simón de Cirene fue alguien real, con nombre y apellido. Como el Buen Samaritano se dejó mover por la compasión hacia una persona sufriente que encontró en su camino cotidiano, aunque fuera obligado por los romanos a cargar con la cruz de Jesús. Del Buen Samaritano no conocemos el nombre, como suele ocurrir en las parábolas o relatos didácticos. Porque lo que importa es su obra. Él representa a los que sienten compasión por los necesitados, incluso si la persona que sufre no pertenece a su propio pueblo. Él personifica la fraternidad universal sin fronteras de clase, nación o religión. No es de extrañar que la parábola del Buen Samaritano sea el núcleo bíblico de la encíclica del Papa Francisco "Fratelli tutti" (2020).
Tanto Simón de Cirene como el Buen Samaritano simbolizan el amor o la compasión que actúan ante las circunstancias de la vida. Eso es lo único que realmente cuenta: lo hagamos de buen grado o por fuerza. "Cireneos" y "samaritanos" con un corazón compasivo hacia los necesitados en su camino cotidiano han iniciado la "cultura de la misericordia" tan propia del cristianismo. Y esa cultura ha transformado el mundo, aunque se hable poco de ello, no queramos saber de dónde viene realmente el Estado social o de bienestar y la información sobre la Iglesia hoy se concentre más bien en los escándalos que en su gran obra asistencial y educativa antaño y hogaño.
*Mariano Delgado es catedrático de Historia de la Iglesia en la Facultad de teología de la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la clase VII (Religiones) en la Academia europea de las ciencias y las artes de Salzburgo.
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