"Donde no hay caridad hay desesperación. La caridad alimenta la esperanza"
Pero no se preocupan de las desgracias de sus hermanos
"Donde no hay caridad hay desesperación. La caridad alimenta la esperanza"
En este domingo 26 del tiempo ordinario, la liturgia de la palabra nos invita a poner la mirada en dos cosas muy importantes: ver y ocuparnos en las necesidades de nuestros hermanos que están en desgracia y dar en ello un gran testimonio de fe que nos haga inquebrantables.
Ver y ocuparnos en las necesidades de nuestros hermanos
Tanto en la primera lectura del profeta Amós como en el evangelio de Lucas se nos invita a ser profundamente sensibles a las desgracias de nuestros hermanos.
La gran dificultad de vivir una vida cómoda, sobrada, segura es que nos puede inyectar una insensibilidad, como estar anestesiados ante un dolor que clama por la necesidad de hambre, de atención, de caridad.
La insensibilidad no la permite Jesús ante quien quiere ser su discípulo y seguidor suyo.
Nunca debe olvidársenos que con la misma medida con que midamos seremos medidos. Sino no fuimos caritativos no pretendamos recibir caridad.
Ninguna condición temporal es eterna. El rico insensible que banquetea y viste espléndidamente experimenta el término de la misma condición al morir y ser enterrado.
El pobre Lázaro en su desgracia y necesidad, que prueba la desesperación, ve terminada esa situación de desgracia al morir y es llevado al consuelo eterno, junto con Abraham, donde experimenta el consuelo que Dios da a los amados y escogidos por Él.
Donde no hay caridad hay desesperación. La caridad alimenta la esperanza.
Dios es un Dios de consuelo y muestra esta vida especial de gracia a quienes sufren por Él, a quienes se desviven en la caridad para atender las desgracias de los hermanos.
Siempre debe iluminar nuestras conciencias que el otro es mi hermano. Por eso debe cesar toda maldad contra el prójimo y extender la mano cuando éste esté en desgracia.
La caridad es lo que nunca perece ni es temporal; la caridad es lo que trasciende, la que permanece y debe guiarnos.
Ser inquebrantables, dando un gran testimonio de fe
Ser inquebrantable en nuestro testimonio fe es lo que nos recuerda san Pablo en su carta a Timoteo.
Ser recto, paciente, manso, lleno de amor y piedad es lo que pide Pablo a Timoteo, entendiendo que estas virtudes hacen posible tener un espíritu de fe inquebrantable ante cualquier situación y más cuando se prueba la tribulación y la adversidad.
Así le recuerda Pablo a Timoteo, de tener presente el testimonio inquebrantable que dio Jesús ante Poncio Pilatos.
En ese escenario, ante Poncio Pilato, Jesús estaba experimentando la gran tribulación y prueba, de la que se refería diciendo: cuanto me angustio mientras llega.
Debemos estar fundamentados en Cristo para ser fuertes e inquebrantables.
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