Más allá de la dicotomía entre cuidado y curación.
Dejarse cuidar
¿Puede una palabra sanar? ¿Puede herir, levantar, engañar o iluminar?
López Quintás ha hecho varios trabajos sobre el poder manipulador de la palabra, para desentrañar sus dinámicas y las posibles tergiversaciones que hacemos de ella, convirtiéndola, en ocasiones en talismanes. Su uso honesto, la hace eficaz, sanadora.
Todo empieza por saber escuchar, que es dejarse tocar. Y solo podemos hablar de veras porque hemos escuchado. La palabra que llega entra tanto por el oído como por la porosidad de la piel. La palabra que llega y te toca no te hace callar; no te condena al mutismo, sino al contrario, te hace responsable; es decir, pide que respondas.
En la Sagrada Escritura encontramos sentencias tan profundas como estas, sobre la palabra y su poder: “Afilan sus lenguas como serpientes, con veneno de víboras en los labios” (Sal 139,4). “En su boca no hay sinceridad, su corazón es perverso, mientras alagan con la lengua”. (Sal 5,10) “Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad”. (Sal 33, 12) “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero”. (Sal 119,105) “Una palabra tuya, bastará para sanarme”. (Mt 8, 5)
“Muchas palabras no salgan de vuestra boca; lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno; así hará bien a los que lo oyen”. (Ef 4,29) “La palabra (de Dios) es viva y eficaz, y más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos, juzga los deseos e intenciones del corazón”. (Heb 4,12) Sed hacedores de la palabra, “poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos”. (St 1,22)
El mismo evangelista Juan comienza su prólogo con estas densísimas palabras: “En el principio existía la Palabra”. (Jn 1)
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